ESCRITOS

Nos hemos quedado sin esperanzas e ilusiones, que antes venían por montones. El canserbero decía «hace falta soñar», frase que hoy día sigue siendo una realidad indescriptible, pues, los soñadores estamos en peligro de extinción bajo presión por una mala reputación que nos han dejado los conformistas de la nueva revolución. Nos tildan de «ilusos, capitalistas, imperialistas, fascistas» por creer en que nosotros mismos podemos hacer crecer esta región sin medida ni distinción.
Lo peor de toda esta agobiante cobardía es que nosotros, los ciudadanos, nos hemos adaptado a esa doctrina tan nefasta, a tal punto que cuando preguntamos a alguien por su futuro solo responde«si no trabajo de lo que estudié, trabajaré en algún supermercado». ¿En qué momento nos prohibieron soñar? ¿Dónde dejamos nuestras aspiraciones? ¿Cuándo echamos nuestro optimismo?
Son preguntas que se chocan entre sí, en mi cabeza. El problema está en que aceptamos a ciegas el pensamiento «cada país tiene el presidente que se merece», nos lo creímos tanto que pareciera que nos castigáramos a diario con eso; nos resignarnos y ya nos acostumbramos a ello. Es como si de verdad no quisiéramos cambiar, mejorar, transformar, y por desgracia, terceros se han aprovechado de nuestra vulnerabilidad.
Todo emprendedor comienza desde sus sueños, cada mediocre desde su realidad.
Mi sueño más grande es que la nueva generación renueve sus esperanzas y comience a soñar desde hoy porque todo parte desde allí.
En compañía de la soledad
Existen personas que aman la soledad porque están satisfechos de estar solos, pues pasaron la prueba; pero, también existen las que no saben cómo lidiar con ella, y estos, ¡sí que están metidos en grandes líos! Pues, por ahí comentan que la soledad es el peor enemigo del desolado, y por desgracia, esta es una realidad infalible. La soledad puede ser buena, muy buena, pero hasta un punto, lo cierto es que, gracias a nuestra fastidiosa interdependencia el hecho de sentirnos solos puede matarnos lentamente, tanto que, podemos morir estando vivos.
En el mundo existen gran cantidad de personas con mentes débiles, pero con corazones muy fuertes; estas son las que mayormente padecen del «cáncer solitario». Sienten que no hallan qué hacer cuando tienen ausencia de compañía, creen que a nadie les importan, pueden llegar a pensar que el mundo estaría mejor sin ellos, lo cual es muy triste puesto que solo han vivido la parte gris de la historia, esa que todos debemos atravesar para poder llegar al colorido y precioso amanecer. El punto es que, aquella persona que tenga cercanía con algún sujeto que padezca de esta enfermedad, debe encontrar la manera de poderlo ayudar, sin que el otro individuo note su repentina compañía.
Todos tenemos el derecho de sentirnos acompañados y queridos por alguien, pero cuando esto no pase tampoco debemos derrumbarnos por el hecho de estar solos. La vida siempre seguirá, no se detendrá por nada ni nadie. La salida de estos asuntos siempre será el reencontrarse consigo mismo para poder hallar la felicidad, que quizá esté junto a uno, solo que la enfermedad puede estar tan avanzada que no deja que abramos los ojos, pues no le conviene que se le abandone. Pero hallar la alegría siempre será la salida de esta pandemia, que ahora está esparcida por gran parte el mundo.
A algunos, este cáncer puede parecerle una estupidez, quizás pensarán que ni existe, pero no se dan cuentan que están contribuyendo con que este se siga esparciendo puesto que él se fortalece con la ignorancia y reproche que la gente pueda sentir hacia a él.

No hay ser más inconforme, que el humano. Reprochamos al cielo la abundancia de recursos a una persona, que según nuestra opinión, no lo merece. Reclamamos que nos concedan los mismos bienes, porque nosotros «sí los merecemos», nos dejamos cegar por la envidia al punto de no detenernos a pensar y a valorar lo que sí tenemos. Se nos va la vida en lamentaciones estúpidas, cuando somos afortunados al tener más de lo que ellos tienen. No esperes que te llegue la vejez para entender que es mejor tener una compañía agradable, que una cuenta de banco repleta y no tener con quien compartirla. La vida está llena de momentos, esos, que te dejan un recuerdo imborrable, y que te marcan de una manera extraordinaria; no de presumir los bienes que tienes, pues al final, no te dejan nada. Las personas que presumen tenerlo «todo» son las más pobres y vacías de alma, usan el dinero, las fiestas y el alcohol, para llenar un espacio en su vida, carecen de atención familiar y de amigos leales. Y tú, que tienes una maravillosa familia, salud, un techo donde dormir y por lo menos, un bocado diario, todavía te preguntas: «¿Por qué no tengo la 'fascinante' vida de él?»

Decían que ella estaba confundida, perdida y hasta loca quizá, pero nadie tenía la capacidad mental ni sentimental para entender la magnitud de amor y gratitud que sentía hacia la única persona que ha sabido amar como una planta ama el agua que le rocían para verla crecer y florecer a diario. Ella sentía que ese era su camino ya que los brazos de su amor eran la paz que siempre anheló, su sonrisa era el complemento del alma y bastaba un beso para llenar todas sus esperanzas. Jamás volvió a pensar en su pasado, ni tenía idea si existiría un futuro predestinado, solo vivía y disfrutaba cada momento, como si realmente fuese el último suspiro que daría en su vida, lo gozó a tal punto que dejó atrás aquellas cotidianeidades, en su lugar, renovó las cosas que más le gustaban, descubrió otras que nunca supo que realmente existirían, entre ellas: el amor, y además, se dio la oportunidad de autoconocerse. Esta chica nunca estuvo en busca del amor y fue a quien primero le alcanzó.
La sonrisa al despertar era su mejor regalo, pues nunca creyó ser tan feliz junto a alguien que conoció por accidente, un muy bonito accidente.

La noche está fría, la luna está resplandeciente y el cielo nublado, aunque suene ambiguo, la naturaleza nos sorprende. Las calles están silenciosas, como un lunes más. Pero, hay chicos jugando básquet en medio de la vía, sin percatarse de la hora -aproximadamente las 12:00 a.m.- o quizás, sí lo saben; pero solo quieren divertirse sin pensar en tiempos. Todo ello, lo observo a través de mi ventana, la cual comienza a empañarse pues las gotas de lluvia comienzan a descender de las nubes, dando vida a las plantas olvidadas e interrumpiendo el juego de los chicos, quienes corren por el cercano diluvio. Algunas personas me resultan muy enigmáticas, pues, dicen amar la lluvia y el clima frío, pero huyen cuando comienza. Yo, soy de esas pocas personas que disfruta sentir el olor a humedad; es un aviso de la naturaleza: la lluvia se acerca. Disfruto de las pequeñeces de la vida, aquellas que pasan desapercibida por el resto de la humanidad; ese diminuto espacio de soledad durante el día, te permite encontrarte contigo mismo y conocerte aún más. El agudo silencio, acompañante en algún momento; a veces resulta ser mejor que tener la compañía de alguien que solo te reprocha los errores del pasado... A través de la ventana ya no se visualiza nada, está muy empañada, la lluvia ha tomado fuerza y los vientos hacen rechinar las puertas. Confieso, que me causa un poco de temor, pero aun así, la disfruto. Me regocijo en las muestras de vida que nos ofrece la naturaleza, los cambios climáticos nos dicen que aún estamos vivos, y podemos sentir... más allá de un objeto material.

Dicen por ahí que hay que vivir la vida al máximo, al cien por cien; básicamente, se refieren a dejar de decir «no» a una fiesta, porque de ser así, te conviertes en el ser más aburrido del planeta y más aún si no te gusta tomar alcohol. La gran incógnita es: ¿Acaso esa es la única forma de disfrutar cada momento? Pues, no lo creo, aún apoyo esa exhausta y aburrida forma de vivir plenamente, esa que muchos hemos dejado atrás, en segundo plano, vivir amando, conociendo, explorando, aprendiendo, compartiendo, sonriendo, escuchando, leyendo, mirando, tocando y, la mejor de todas; siendo mejores día tras día para remediar nuestras fallas y así poder autosuperarnos. Creo que no nos damos cuenta que estamos viviendo en un inframundo, lugar en el cual caminamos hacia donde los problemas nos dirigen, ahí solo cabe esa idea nefasta de una «felicidad» cuando se tienen tragos encima u otras adicciones que «ayudan» a salir de nuestro estado normal; no basta con pasar un sábado en casa acostado junto a la persona que amas, es allí donde nos encontramos ahora pensando que esa es la verdadera manera de disfrutar cada minuto, cuando en realidad, lo estamos perdiendo ¡Qué ilusos somos!

Veo el tiempo pasar, la gente cambiar; unos van, otros vienen. Unos ya no están en el mundo terrenal, pero su esencia sigue con nosotros, acompañándonos día tras día. Veo personas vivir apresuradamente, sin detenerse a sentir cada experiencia vivida. Hay parejas «enamoradas» cayendo en la monotía, y acostumbrándose a la rutina, pero no amándose como el primer día. Veo al chico guapo, coquetearle a mil chicas, para llenar un vacío que nadie ha podido cubrir. Observo chicas mirarse en un espejo queriendo tener el «físico» de otra chica, pues escuchan de muchos, el típico: «estás muy delgada», «estás muy gorda», «¡Qué pocos pechos tienes!». Veo las gotas caer del cielo y la gente comienza a huir, y solo es una respuesta de la naturaleza a tanto daño que sufre de nosotros. Veo personas «inconformes» con sus vidas, solo por no tener el último teléfono que ha salido al mercado. Envidiarles a otros las cosas materiales... En fin, veo a personas viviendo por vivir, y no para sentir.

Heme aquí a las 11:00 p.m, sin poder conciliar el sueño, pues mi mente sigue trabajando. Infinidades de pensamientos van y vienen, y no logro dormir. No me queda más, que agarrar lápiz y papel para comenzar a escribir, y plasmar cada pensamiento. Una revolución de sentimientos está en mí, esos, son los principales en generar múltiples pensamientos que no me dan tranquilidad. Pienso en el ayer, en el hoy y en el mañana, es inevitable no hacerlo. Es un sube y baja de emociones, se puede estar feliz, y de un momento a otro, llega la tristeza, justificada, por supuesto. Le tengo temor a los cambios, o vivirlos sola. No me siento preparada para tomar ciertas decisiones que afectarían a otros. Me preocupo por las personas que están a mi alrededor, antes de ver por mí. Siempre lo he hecho, así soy. Solo necesito que alguien tome mis manos y me pregunte: ¿Qué sientes? ¿Cómo te sientes? ¿Qué es lo que tu corazón quiere? ¡Ven, confía en mí! Serían las palabras claves, que seguramente, provocarían un llanto. Pero así, sacaría todos los sentimientos que tengo a flor de piel, para dejar descansar la mente. Mientras espero la llegada de esa persona, seguiré en este insomnio, que es mi fiel y único acompañante en esta noche tan fría.

Su cabello se tiñe de rojizo mientras le miro a través de este eterno abismo que nos separa e impide que nos palpemos, más no que nos amemos, pues cuando se ama con tanta intensidad, no hay kilómetros que se interponga a dicho sentimiento. Solo basta que ambos lo sintamos sin medida, sin razón, aún sabiendo que pueden pasar años para volver a reencontrarnos.
Es que el amor es así, cruel, dulce, incomprensible e inigualable, y más cuando se trata de dos personas que desean estar siempre a milímetros de cercanía. Pero, ahí estamos, en ese mundo ficticio que solo nos pertenece a ambos, nadie más sabe de él porque cuando se trata de amor, bastan dos para saber tratarlo y conllevarlo sin motivos ni pretextos, por ende, seguirá siendo: «nuestro espacio utópico».

Aquí estoy, lamentando el tiempo perdido. Te fallé por los intereses impropios que el mundo exterior me ofrecía; me dejé llevar por esos viernes de rumba; cambié nuestros domingos de películas por días de resaca; los lunes volvían a ser largos y tediosos, pues ya no estabas conmigo para despertarme en las mañanas con ese amor que destilaba por tus poros, y es así como ya mi cama comenzaba a quedarme grande y fría.
Todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Imagino riéndote con aquella persona que ahora te hace feliz y mi pecho arde en sufrimiento; ya tienes en quien ocupar ese pequeño espacio de tiempo que te sobraba día tras día. Ahora, es otro el que besa tu frente. Ya no soy yo en quien piensas al abrir tus grandes y hermosos ojos; ya no soy yo quien toma tu mano cuando temes; ya no soy yo quien acaricia tu piel mientras duermes; ya no soy quien sonríe con solo verte; ya no soy yo quien te resguarda en sus brazos; ya no soy quien te desea un lindo día; ya no soy yo con quien imaginas tu vida realizada; ya no soy yo a quien amas, no, ya no.
¡Qué cobardía la mía al pensar que siempre estarías ahí, esperando por mí!
En el presente estás ausente con esa sonrisa elocuente que llenaba mi mente, pero en mi corazón sigues latente.

La sociedad está tan monotizada, tan dañada, tan afectada; que crean estereotipos, que sin darse cuenta, afectan a su entorno. Es muy duro sentirse preso por una sociedad que no acepte las diferencias; querer ser feliz y no poder por el «qué dirán»; sentirse limitado por terceras personas que sí pueden ser felices pero, tú NO puedes, tú tienes prohibido ser feliz.
Eso, sí es estar preso, pero cuando te aceptas, te liberas, te quieres; sientes que los demás te aceptarán y ahí es cuando empiezas a vivir plenamente. Disfrutas de la felicidad que tanto veías en los demás, esa que es tan libre como el amor que tú como ser humano también sientes, pero hacia una persona de tu mismo sexo. Esto nos conlleva al punto de hacernos esta pregunta: ¿si una persona heterosexual puede ser feliz plenamente, por qué una homosexual no puede serlo? Obviamente, muchos de los homosexuales no escogen ser así; no estoy de acuerdo con esa teoría de que Dios los creó de tal forma, quizás no fue él sino la naturaleza, una «malformación genética», el mismo entorno donde crecieron y se formaron: cualquiera de esas alternativas pudo haber sido el causante de este «tabú», que aún, la mayoría denigra y le reprochan a aquellos que les tocó de alguna u otra forma ser de tal manera.
Si algún día intentas ofender a un homosexual, primero haz lo siguiente: colócate en sus zapatos por 2 minutos y luego, alza tu rostro sin tener que volver a bajarlo por un rechazo o insulto que puedas recibir en la calle. Sólo inténtalo y verás que a partir de ese momento podrás ser tolerante y aprenderás lo que es el verdadero «respeto» hacia tu prójimo.

La estupidez humana va más allá de enamorarse solo del físico, de lo palpable, lo tangible. Atraviesa los límites, pues se encarga de anteponer un lindo rostro a una valla publicitaria; es la culpable de que la gente pase desapercibido los detalles no materiales, aquellos que son valorados y recordados como un gran tesoro, más no como algo que puedan desechar por despecho al terminar una relación. Hoy en día, la gente no se enamora de una sonrisa bonita, sino de unos grandes pechos, glúteos voluminosos o del chico más guapo y popular.
Pasamos a un segundo plano las salidas a ver las estrellas por irnos de rumba los sábados por la noche y es así como los domingos ocupan una resaca segura, no bastaban con ser días de películas. Es así como el consumismo y las ansias de sacear otras «necesidades» acaban con lo realmente importante, que es vivir plenamente, sin tapujos, ni presiones. ¡Y ni hablar de los estudios! Conocer, aprender, crecer personal y profesionalmente, ha pasado a ser «innecesario» para muchos. El objetivo principal se ha vuelto un: inscribirse en la universidad más «costosa», o, en la más «popular». Esos son los pensamientos de personas que no tienen una visión independiente. Se conforman con gastar el dinero de sus padres de una manera desmedida, y por supuesto, en cosas superficiales. Sin pensar que las cosas materiales no son eternas, y en algún momento se acabarán y deberán valerse por sí mismas. Pero, ¿cómo lo harán? O, ¿qué harán para sobrevivir? Si no se dieron la oportunidad de aprender, de tener una profesión, o por lo menos, un oficio... Y así, el mundo se ha contaminado con personas que no aportan ni generan algún beneficio. Su vida, se limita a dañar a otros, sin saber que en realidad se están dañando a sí mismos... Sí, así vamos por la vida. Saltando escalones, viviendo apresuradamente, sin detenernos a pensar, valorar, pero sobre todo, a vivir.

El café al despertar, la sonrisa de mi madre, el abrazo de mi padre, mi perro, los buenos días de esa persona; felicidad absoluta, mi razón de ser. Con ello, no necesito nada más; el dinero es secundario cuando se tiene lo primordial, que es ser feliz, o al menos, sentirse así.
Es inaudito perder el tiempo en cosas sin significado, esas cosas de las que nos preocupamos a diario, esas que no nos deja más que estrés. Lo más ilógico de todo, es que por esas cosas sí perdemos el sueño, y, de esta forma, dejamos a un lado aquello bien llamado «felicidad».

Concentrarse en cada gota que cae al vacío, bajo la penumbra de la noche es casi imposible. La luna está risueña, las nubes y las estrellas se ausentan mientras que solo estoy sentada, observando anonadada a aquellos chicos que fingen amarse en la plaza; el lugar más cliché para hacer semejante acto, pero, aún así, el favorito de muchos.
Pasan los días, solo quiero escapar, ser feliz, ser solo yo, sin caretas, sin disfraz. A veces, hasta quisiera parecer tan «normal» como aquellos chicos enamorados. Pero no, mi manera de pensar va en contra de esa cotidianeidad. Puede que esté loca, lo sé, pero me siento bien así; soy de las que ama y se deleita con la naturaleza, mirar ese exquisito ocaso que nadie ve, o que todos ignoran, oír los pájaros llamar a sus crías, escuchar el ruidoso sonido de las cascadas de los ríos, fantasear con la arena, y, muchas veces, dormir en ella; disfruto más del viaje que de la estadía, gozo de la compañía, solo de esas que te dejan algo, esas que marcan. Me regocijo en tiempos de tempestad, días grises, solitarios y fríos, así como un pájaro en su nido.

Somos un gran problema para la vida, sí, para la «vida», puesto que nosotros somos quienes ponemos obstáculos donde no deberían estar, somos causantes de muchos sufrimientos, enfermedades y hasta muertes. Hemos pasado toda nuestra «vida» engañados, pensando que ella es la culpable de lo que pueda sucedernos o lo que no; no aceptamos que el camino lo formamos y recreamos como nos plazca, no como ella lo desea.
Los seres humanos somos tan inconformes que ni con el mundo a nuestros pies quedamos totalmente satisfechos, es por ello que necesitamos limpiar esa contaminación mental que hemos tenido, esa que siempre nos ha consumido. No basta con querer cambiar, no basta con tener las ganas; debemos renacer tanto externa como internamente, puesto que la vida nos necesitó ayer, nos necesita hoy y también lo hará mañana.

Ha vuelto mi inspiración, esa que perdí el pasado jueves al ver como partías sin mirar atrás, sin importarte cómo me sentía, ni qué pasaba por mi mente. No te atreviste a preguntarme si de verdad estaba de acuerdo con tu partida; bastó un minuto para poder despedirte de mí, solo eso, un minuto y nada más. Y, ahora, estoy acá; sentada en el piso, de piernas entrelazadas mientras observo aquella mirada que me mata, esa que me llena de emociones, esperanzas e ilusiones. Tu mirada regresó, o al menos, eso parecía; todo se desvaneció cuando mi madre me despertó de aquel sueño y nuevamente me trajo a la realidad, esta realidad en la que no estás tú, ni tu aroma, ni tu piel con olor a miel.
Esta realidad es tan dura sin ti, pero es necesario seguir aunque no lo quiera así. Espero te esté yendo muy bien, por aquí todo sigue igual, lágrimas de noche, frío de madrugada y desilusión por las mañanas.

La tarde colorida y hermosa se torna a gris, el cielo pinta un color claro que se liga con el negro; de esta forma, se crea un maravilloso contraste entre estos dos colores, el amarillo y resplandeciente sol desaparece entre aquellas nubes que se juntan, el cielo parece enojado, la tormenta se avecina mientras que voy caminando por doquier, deambulando sin rumbo alguno, solo ando por andar, sin ponerle atención a esa risueña naturaleza que me rodea.
Es increíble como el estado de ánimo de alguien más puede afectar al tuyo, siempre y cuando ese «alguien» ocupe un lugar importante en tu vida; no solo su estado de ánimo sino, además, cualquier palabra errónea que pueda decirte.
Nosotros, los fuertes externamente, somos tan débiles como una galleta de soda, tan frágiles que con un insulto pueden destrozarnos. Esa es nuestra gran desventaja, oh ... ¡Qué desventaja!

Se avecinan las 2 de la mañana y aún estoy acá, en vela, de seguro es porque a esta hora estabas a mi lado, cuidando de mí, de mis sueños, de mi querer; estabas aquí, asegurándote que yo estuviese bien, que no me faltase nada, ni un beso, ni una caricia, ni mucho menos un abrazo. Tristemente, todo en la vida cambia, además del pensar, cambian las actitudes y ni hablar de los sentimientos; nos dio el cáncer de las relaciones, ese que día a día quebranta todo a su paso, pero por suerte, éramos inteligentes y decidimos no aferrarnos a lo imposible. Nuestro amor no podía ser, lo teníamos bien claro, no debía ir más allá del deseo, su deber era quedarse estancado en una línea inquebrantable que nos obligaron a crear. Aquella línea sí que era perturbante, tan delgada y delicada como una hoja; queríamos atravesarla, claro que queríamos, pero más allá de eso, deseábamos lo imposible.

Los seres humanos somos los pensantes, conscientes e inteligentes; eso dicen. Pero no parece que sea así, estoy totalmente en desacuerdo con ese mito puesto que nosotros somos quienes actuamos sin pensar, hablamos por hablar, odiamos por odiar, herimos «sin querer», y ni hablar de nuestro individualismo, ese que nos hace cada vez más egoístas. En cambio, los animales tienen el poder de amar sin medida a quienes están en su hábitat, responden con golpes cuando es necesario, no por placer, se preocupan por seguir una rutina doctrinal que les permita sobrevivir; muchos de ellos nos temen porque nadie, además de nosotros, puede dañarlos tanto. Somos tan crueles con ellos, así, como un alcohólico con una prostituta, no los respetamos, no los amamos, ni mucho menos, les damos el valor que se merecen. Dejemos de pensar solo en nosotros como humanidad, pensemos también en aquellos que sobreviven. Recordemos que en este mundo cabemos todos y de ser así, dependemos unos a los otros.

Todo se fue, se desvaneció, así como las hojas caen al vacío en otoño. Con una mirada perdida, un beso mal dado, un abrazo desganado; así te perdí, nos perdimos. Tu sonrisa forzada me demostró que ya no quedaba nada. Me obligaste a darme cuenta del daño que te hacía en silencio, ese silencio que tanto hablaba por ti. Fui ciega al amar, sorda al querer y muda al sentir. No me importaba nadie además de ti, de tu cariño, de tu atención, de mi estadía en tu corazón. Pero, eso no bastaba, nunca bastó. Sabías que esto pasaría, se veía venir, yo nunca quise aceptarlo, en cambio, siempre te sometí a seguir, a intentar algo que ya no era más que monotonía. Éramos invierno mientras que el resto era primavera. Fuimos solo dos personas queriendo alimentarse de recuerdos aunque teníamos claro que así no se maneja el amor.